miércoles, 16 de abril de 2008

Larga distancia


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OTRAS VECES LOS VIAJES RESULTAN como aquella noche en yang shuo, cuando pedí perro. ya me estaba yendo. me quedaban si acaso dos o tres días en China y hasta entonces me había resistido a la obligación. Recordaba a menudo la impresión de leer, siete u ocho años, un relato más o menos minucioso de Salgari en algún tomo de Sandokán de una cena de perro en un piringundín chino de la de malasia y sabía que tenía que hacerlo, pero me daba repeluz, y difería el momento. Esa noche, en el restorán del hotelito de Yang Shuo, no había nadie; tenían un menú en inglés y, cuando vi que ofrecían perro, no encontré ninguna razón para no pedirlo. La camarera me miró curiosa.

Era casi imposible explicárselo. Me seguía pareciendo duro comer perro, pero me parecía duro que me lo pareciera: tuve que pedirlo. El viaje necesita de esas malas copias de la aventura, el viaje impone por momentos la obligación de lo distinto. El viaje impone sus obligaciones si uno está en China, supone que debe hacer ciertas cosas diferentes que sólo China ofrece. Hace años, cerca de El Cairo, unos camelleros ofrecían camellos viejos para pequeñas cabalgatas por el desierto. Yo tenía calor, no tenía dinero, alguien me había dicho que el paseo no era nada interesante. Un camellero más insistente que los otros me mantuvo el asedio, y su argumento era la esencia de esta idea del viaje.
-Señor, seguramente nunca más tendrá la oportunidad de hacer esta travesía.
Y mi postal de Egipto nunca estaría completa, y nunca podría volver a mirar lawrence de Arabia cara a cara. Hay que cumplir con los mitos. Y, en el mejor de los casos, el viaje es un choque entre los mitos previos y los que uno se está construyendo en ese momento.
Al cabo de unos minutos volvió la camarera; era una adolescente torpe sobre sus tacos altos y muy bella en la falda de seda larga con su largo tajo en el costado, y algún rubor en la cara sin afeites: me dijo, avergonzada, que el perro se les había terminado. Ahora, cuando recuerdo mi alivio, sospecho que en realidad nunca tuvieron perro, porque los viajeros no son las únicas víctimas del viaje."

Martín Caparrós.


En el texto mencionado el yo poético del autor describe una situación que sin la necesidad de ir a China podemos demostrar desde buenos aires.

Seguramente algún turista dirá que es imposible estar en buenos aires y no escuchar un tango de Gardel, que forma parte de nuestra cultura, de lo que nuestros oídos se cansan de escuchar.

Probablemente el guía turístico se encargue de mostrarle murales, remeras, restoranes y pinturas con la cara de Carlos Gardel, indicando la importancia del personaje. No niego en lo absoluto su trascendencia, pero recordemos que hoy en día los argentinos escuchan más reggeton que tango y que son los menos, caminando por San Telmo o Florida y Lavalle. Sin embargo, cada turista se va con la impresión de habernos conocido, de haber comprendido nuestra cultura, llevándose a Gardel en un CD mientras nosotros seguimos tarareando otra cosa, aunque en algunas ocasiones, vayamos para a algún café de plaza Dorrego, para conocer irónicamente, nuestra identidad.

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